SAN LORENZO: PELIGRO DE EXPLOSIÓN

La mayoría de las personas sabe que en San Lorenzo hay un nivel de contaminación excesivo. Es más, lamentablemente es una de las ciudades más comprometidas del país. Lo que no todos saben es que sí ocupa el primer lugar como la ciudad más peligrosa de Argentina.
Cotidianamente cada habitante y cada persona que circula por San Lorenzo expone su vida y la deja al arbitrio de la suerte, y si concluye cada día es porque una serie de circunstancias casuales se encadenan benéficamente. La posibilidad concreta es que ocurra un accidente en alguna de las empresas, una explosión o un incendio, y que se expanda por contigüidad, por expansión, por simpatía o por conexión iniciando una cadena imparable. Es más, el peligro es tan alto que ni siquiera un estudio técnico podría determinar el real alcance y magnitud de una tragedia semejante. Si bien escapa a cualquier especulación, nadie puede negar que sería trágicamente fatal.

En un espacio de pocos kilómetros cuadrados se encuentran diferentes sustancias y elementos de alto poder de explosión y de fácil combustión. Cada uno de ellos y en un solo sitio, es capaz de provocar un accidente severo y grave en un área importante, con lo que la circunstancia de que todos ellos estén mezclados o muy próximos nos tiene literalmente viviendo sentados sobre una bomba.

Iniciaremos un viaje imaginario por San Lorenzo empezando por el sur:

Habiendo dejado atrás, en Fray Luis Beltrán, a una empresa productora de sulfuros varios, zinc y cadmio, lo primero que encontraremos es una enorme fábrica de aceite comestible, celdas y silos con cereales y oleaginosas, depósitos de hexano y un muelle para barcos de ultramar. Al lado, otro muelle similar y otros silos y celdas con cereales y oleaginosas, y con una fábrica de biocombustibles, es decir con metanol. Pegadito nomás, una gran industria química con depósitos de sustancias como ácidos e hidrocarburos, además de un muelle. En el mismo terreno opera otra empresa de hidrocarburos. Quinientos metros hacia el oeste una fábrica de biocombustibles con depósitos de metanol.

Regresemos a la costa del Paraná. Un kilómetro y medio hacia el norte encontraremos otra gran empresa aceitera, con celdas y silos gigantes repletos de cereales y oleaginosas. También tienen depósitos de fertilizantes y de nitrato de amonio. Posee un muelle para barcos de ultramar y otro para barcazas. Cruzando la calle nos encontraremos con tanques repletos con millones de litros de combustibles pertenecientes a dos empresas y diseminados a lo largo de un kilómetro, con sendos y riesgosos cargaderos de camiones, y cinco muelles muy próximos uno de otro, en donde se cargan y descargan gases como propano y butano, e hidrocarburos diversos. De allí parten a muy poca profundidad caños que atraviesan transversalmente la ciudad para ir a dar a otros tanques con combustibles.

Acá el camino se bifurcará, y lamentablemente no tendrá ninguna alternativa borgeana, ya que ambos nos conducirán a lo mismo. Optaremos por variar hacia el oeste.

De frente a la ristra de tanques y a un kilómetro hacia donde cae el sol, encontraremos una refinería y destilería de petróleo, con tanques millonarios de combustible. Si cruzamos la ruta siempre hacia el oeste, habrá más tanques de combustible, en donde funciona un cargadero de camiones. En frente, una fábrica de agroquímicos lindando con una empresa que se encarga de quemar (que en los términos de sus dueños se dice ‘reciclar’) todo tipo de sustancias tóxicas y contaminantes, y de fabricar y almacenar solventes. A trescientos metros de ella encontraremos una planta recicladora de hidrocarburos y aceites minerales.

Retornaremos al punto de la intersección de los caminos para continuar el viaje imaginario, recordando que estábamos en los depósitos de hidrocarburos. Deberemos cruzar el arroyo San Lorenzo y entrar a la ciudad de Puerto General San Martín pensando que el peligro no distingue ni límites ni jurisdicciones. Enseguida y a doscientos metros, ya está el depósito de gas y muelle de lo que en otros tiempos fue Gas del Estado. A cien metros comienza una gigantesca fábrica de aceite comestible con también gigantes celdas y silos repletos de cereales y oleaginosas, tanques con hexano y, obviamente, el correspondiente muelle.

Lo más probable es que no notemos el límite de esta empresa porque linda con otra similar, más chica y sin fábrica de aceite pero con muelle, que a su vez linda con otra que tiene los consabidos silos, celdas y muelle. A un kilómetro, o quizás menos, siguiendo el borde del río privado, encontraremos otro gigante que fabrica aceite, almacena cereales y oleaginosas, hexano y opera su muelle. Hablando de gigantes, a quinientos metros hacia el oeste encontraremos una delicia para los exagerados. Es una planta petroquímica de dimensiones sorprendentes que procesa hidrocarburos, elaborando productos como naftas, butadieno, estireno que se almacenan en tanques y esferas amedrentadoras.

Para que el viaje imaginario no se vuelva aburrido, en lugar de regresar sobre nuestros pasos, volveremos hacia el sur pero desde esa petroquímica que linda con una planta productora de agroquímicos y venenos varios. En menos de un kilómetro encontraremos una fábrica de aceite con silos y celdas repletos de cereales y oleaginosas que no tiene muelle la pobre, pero no por ser mediterránea está sola, ya que su vecina, con quien comparte medianera, almacena y procesa gases industriales.

Si seguimos hacia el sur y a muy peligrosas pocas cuadras, encontraremos la ruta del gas. A lo largo de un kilómetro y medio, más o menos, se apelotonan diferentes plantas que almacenan gas licuado de petróleo en enormes tanques para fraccionarlo en garrafas.

Como si la proximidad entre todas las empresas no fuera suficiente para generar un ámbito peligroso, varias de ellas están interconectadas por cañerías (ductos, en su propio lenguaje) que llevan todo tipo de hidrocarburos de una punta a otra y entre sus costados, configurando el entramado de un sistema circulatorio temerario. Ah, también varias de ellas reciben gas de alta presión.

Como descanso luego de este arduo viaje, aunque imaginario, podremos acercarnos a la orilla del río para ver pasar cada tanto a alguna barcaza que deambula a la deriva y sin remolcador que, por un descuido se suelta de las precarias amarras, siempre a riesgo de impactar en contra de algún muelle o en contra de algunos de los barcos con gas o con hidrocarburos.

Acá ya daremos por concluido nuestro city tour, en el que pasamos raudamente de una empresa a otra obviando a algunas de dimensiones no tan desmesuradas, pero sólo por no agobiar. Si bien el viaje no fue demasiado extenso, apenas unos veinte kilómetros cuadrados, tuvimos la posibilidad de asistir a la mayor concentración de peligro que pueda encontrarse en Argentina. Todo un mérito que supimos conseguir en esta región. Si fuimos observadores, habremos notado la escasez y limitación de los caminos y rutas, por lo que, de ocurrir algún accidente que requiriese la evacuación de las personas de algún barrio o de toda la ciudad, se produciría un caos y un apelotonamiento de personas y de vehículos que impediría la salida rápida. Por supuesto que se haría según el criterio individual de cada uno de los fugitivos, ya que no existe ningún plan de evacuación, y mucho menos de contingencia para menguar los riesgos.

Sin ánimo de atemorizar a nadie, es bueno decir que prácticamente ninguna de las empresas cuenta con una política de seguridad seria que contemple la real posibilidad de un accidente. Ya que no tienen política, tampoco tienen personal idóneo ni medios ni elementos para contener o controlar los efectos de un accidente.

Diariamente circulan por las calles de estas ciudades miles de camiones, muchos de ellos cargados con combustibles, ácidos varios, gases, nitrato de amonio. No todos están en condiciones de circular ni cuentan con el rotulado pertinente para que en caso de accidente se sepa de qué sustancia se trata, ni sus choferes están instruidos ni preparados.

En los centros de salud, tanto públicos como privados, apenas si podrían atender a unas pocas personas, siempre en lesiones menores o no demasiado complejas.
Las autoridades, ajenas a la realidad o conociéndola pero evitando mencionarla, ni siquiera contemplaron la posibilidad de que algo ocurra.

Si un acontecimiento llegara a ocurrir, las autoridades, los directivos de las empresas y cada uno de los pobladores de San Lorenzo o Puerto General San Martín, ¿podrán decir que fue un accidente?


Antecedentes

En el año 2002 la empresa ACA tuvo una explosión en uno de los túneles de transporte de semillas, causado por el polvo de cereal. Murieron cuatro personas pero podrían haber sido muchísimas más, ya que el daño llegó al 80% de la planta. Algunas personas alcanzadas por la onda expansiva fueron arrojadas al río, otras sufrieron múltiples heridas. En el barrio circundante decenas de casas fueron afectadas con quebraduras y rajaduras de paredes, techos y mampostería y roturas de vidrios. Sus dueños nunca fueron resarcidos económicamente, pero la planta se reconstruyó y comenzó a operar nuevamente en diez meses.

Una explosión similar y con muy pocos meses de diferencia ocurrió en Toepfer. Murieron tres personas y hubo enormes daños materiales. La planta se acondicionó y empezó a funcionar otra ve en muy poco tiempo.

En febrero de 2008 un accidente menor, la caída de una herramienta metálica desde unos pocos metros de altura, produjo una chispa que provocó una lengua de fuego en un tanque de hexano en la empresa Molinos. Casualmente el tanque no se incendió ni explotó. A pesar del real peligro y del pánico que ocasionó, la empresa primero negó el hecho y luego dio una explicación falsa y pueril.

En abril de 2008 explotó un horno en la empresa Petrobras. Fue una mala operación y luego fallaron los mecanismos de control, pero nuevamente la buena fortuna ayudó a evitar la catástrofe.

En mayo de 2008 una mala operación causó un escape de etileno en el sector que la empresa Petrobras opera dentro del predio de ICI. La empresa lo adjudicó a un corte de energía que la EPE se encargó de desmentir.

Hace unos años, un barco que operaba en el muelle de Gas del Estado tuvo una avería en uno de sus motores y chocó contra el dolphin, habiendo evitado el choque en contra del muelle, es decir de las cañerías y depósitos de gas.

Hace pocos meses un camión que salía de la empresa ACA fue interceptado por los vecinos porque ya no era el horario convenido. Transportaba nitrato de amonio, era modelo ’75, no le funcionaba la caja de cambios (no tenía marcha atrás) y su chofer ignoraba el producto que transportaba.

En la primera semana de julio un convoy de barcazas navegó a la deriva durante varios kilómetros y fue rescatada por un remolcador luego de varios intentos, poco antes de chocar en contra del muelle de ICI. Este hecho es habitual, y sucede porque las barcazas se dejan amarradas precariamente en la isla (atadas con sogas a algún árbol) a la espera de un turno en los muelles.

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