EDITORIAL

Cada día amanecemos en el mundo, nuestro pequeño mundo, nuestro alrededor, para encontrarnos con la figura del otro, de los otros, con quienes sostenemos este acuerdo voluntario que llamamos sociedad.

Entre todos esos otros buscamos a nuestros iguales, a quienes se nos parecen, quienes van hacia el mismo lugar que nosotros, y de entre ese conjunto de similares elegimos a alguno para encargarle ciertas tareas. Le pedimos que nos represente, que obre y decida en nuestro nombre, ya que es uno más, un igual. Confiamos en él.

Lamentablemente muchos de esos que elegimos como representantes hacen mal su trabajo y olvidan que tomaron en préstamo lo que es de todos. Se representan a ellos mismos y a sus intereses. Olvidan el mandato que originó la representación. Es más, se encargan de representar a quienes nos perjudican, haciendo todo lo contrario de lo que les habíamos pedido.

¿Por qué deciden representar a las empresas, al poder económico?

¿Por qué no protegen nuestros intereses?

¿Por qué les permitimos que lo hagan?

Nuestros dirigentes políticos, nuestros funcionarios, los representantes que elegimos, tomaron la costumbre de no preocuparse por lo que nos pasa, y usan nuestro tiempo y los cargos y las instituciones para ponerlas al servicio de los que tienen el poder del dinero. Así les permiten a las empresas trabajar de cualquier manera, contaminando el aire, el agua, el suelo, poniéndonos en peligro constante, enfermándonos y matándonos. Esos representantes, en lugar de controlarlas y de ponerles límites, les allanan el camino.
Una de las tareas que nos propusimos en esta Asamblea democrática y solidaria, es la de pedirles, exigirles, a nuestros representantes que nos representen. Decidimos dejar de ser observadores callados y decidimos participar. Nos estamos ocupando de lo nuestro.

Dejamos la puerta abierta para los que quieran aportar sus ideas y sus voluntades, para los que quieran que las cosas cambien.

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